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REENCARNACION DE ANNIE BESANT



Nuestro concepto de la reencarnación, puede aclararse más y ponerse más en armonía con el orden natural, si la consideramos como un prin¬cipio universal, y luego pasamos a observar el caso especial de la reencarnación del alma humana. Al estudiarla, este caso especial es gene¬ralmente arrancado de su sitio en el orden natu¬ral, y se le considera, con gran detrimento suyo, como un fragmento dislocado; pues toda la evo¬lución consiste en una vida evolucionadora que pasa de una forma a otra a medida que se des¬envuelve, almacenando en sí misma la experien¬cia adquirida en dichas formas. La reencarnación del alma humana no es la introducción de un nuevo principio en la evolución, sino la adapta¬ción del principio universal para adquirir las condiciones necesarias para la individualización de la vida en constante desenvolvimiento. Mr. Lafcadio Heam ha presentado bien este punto, al considerar el alcance de la idea de la preexistencia en el pensamiento científico de Occidente. Dice: Con la aceptación de la doctrina de la evolu¬ción, las ideas antiguas vinieron a tierra, y nue¬vas ideas surgieron en todas partes, reempla¬zando los antiguos dogmas; y ahora tenemos el espectáculo de un movimiento intelectual, gene¬ral en dirección paralela sorprendente con la filosofía oriental. La rapidez sin precedente, y lo multiforme del progreso científico durante los últimos cincuenta años, no podían menos de pro-vocar un aceleramiento intelectual, igualmente sin precedente, entre los no científicos. Que los organismos más elevados y complejos se han desenvuelto de los ínfimos y sencillos; que una sola base física de vida es la substancia de todo el mundo viviente; que no puede trazarse ninguna línea de separación entre el animal y el vegetal; que la diferencia entre la vida y la no vida es sólo una diferencia de grado y no de especie; que la materia no es menos incompren¬sible que la mente, al paso que ambas son sólo manifestaciones de la misma realidad descono¬cida, todas estas cuestiones se han convertido ahora en vulgaridades de la nueva filosofía. Des¬pués que por primera vez fue reconocida la evo¬lución física hasta por la Teología, era fácil pre¬decir que el reconocimiento de la evolución psíquica no podía retardarse indefinidamente; pues la barrera erigida por los antiguos dogmas que impedía a los hombres mirar atrás, había sido destruida y hoy, para el estudiante de la sicología científica, la idea de la preexistencia pasa del reino de la teoría al de los hechos, pro¬bando la explicación buddhista del misterio uni¬versal, de un modo tan plausible como cualquier otro. Nadie sino los pensadores ligeros, dijo el difunto profesor Huxley, la rechazará como absurdo inherente. Igualmente que la misma doctrina de la evolución, la de la transmigración tiene sus raíces en el mundo de la realidad, y puede aspirar al argumento que la analogía es capaz de proporcionar. (Evolution and Ethics, pág. 61, edición de 1894) . Consideremos la Mónada de forma Atma-Bud¬dhi. En esta forma, vida espirada del Logos, yacen ocultos todos los poderes divinos, pero como es sabido, están latentes, no manifiestos y funcionando. Tienen que ser despertados gra¬dualmente por choques extraños, pues en la misma naturaleza de la vida está el vibrar en contestación a las vibraciones que la tocan. Co¬mo en la Mónada existen todas las posibilidades de vibración, toda vibración que obre en ella despertará el poder vibratorio correspondiente, y de este modo, una tras otra, pasarán del esta¬do latente al activo todas las fuerzas . En esto consiste el secreto de la evolución; el medio ac¬túa en la forma de la criatura viva y téngase presente que todas las cosas viven y al ser transmitida esta acción a la vida por medio de la forma envolvente, la Mónada que está dentro de ella despierta vibraciones que responden y pasan al exterior desde la Mónada a la forma, poniendo a su vez en vibración sus partículas, y volviéndolas a coordinar en una forma corres¬pondiente o adaptada al choque inicial. Esto es la acción y reacción entre el medio y el orga¬nismo, que han sido reconocidas por todos los biólogos, y que algunos consideran que dan una explicación suficiente de la evolución. La observación paciente y cuidadosa de esta acción y reacción no da, sin embargo, explicación alguna de por qué el organismo responde así al estímu¬lo; y es necesario que la Antigua Sabiduría ven¬ga a descubrir el secreto de la evolución, seña¬lando al Yo en el corazón de todas las formas, como la fuente principal oculta de todos los movimientos de la Naturaleza. Una vez comprendida la idea fundamental de una vida que encierra la posibilidad de contestar a todas las vibraciones que lleguen a ella del universo externo, cuyas respuestas son gradual¬mente despertadas por la acción de fuerzas ex¬ternas, la segunda idea fundamental de que hay que penetrarse, es la de la continuidad de la vida y de las formas. Las formas transmiten sus particularidades a otras formas que proceden de ellas, las cuales son parte de su propia substan¬cia, que se ha separado para llevar una existen¬cia independiente. Por división, por brotes, por lanzamiento de gérmenes, por el desarrollo del fruto dentro de la matriz; se conserva una conti¬nuidad física, derivándose cada nueva forma de una precedente y reproduciendo sus caracterís¬ticas. La ciencia agrupa estos hechos bajo el nombre de ley de herencia, y sus observaciones sobre la transmisión de la forma son dignas de atención e iluminan el modo de obrar de la Na¬turaleza en el mundo fenomenal Pero debe te¬nerse presente que esto sólo se aplica a la cons¬trucción del cuerpo físico, en el cual entran los materiales suministrados por los padres. Sus modos de obrar más ocultos, esas opera¬ciones de la vida sin las cuales la forma no exis¬tiría, no han sido aún observadas, por no ser susceptibles de observación física, y este vacío sólo pueden llenarlo las enseñanzas de la Anti¬gua Sabiduría, dadas por Aquellos que emplean poderes de observación suprafísicos, y que todo discípulo que pacientemente estudia en sus es¬cuelas, puede comprobar por sí. Hay una continuidad de vida así como una continuidad de forma, y la vida continua - cuyas energías latentes, cada vez en mayor número, se transforman en activas por el estímulo que reci¬be en las formas sucesivas - es la que resume en sí misma las experiencias obtenidas en las for¬mas sucesivas de que se ha revestido; pues cuan¬do la forma perece, la vida conserva los anales de esas experiencias en las mayores energías que han despertado, y se halla pronta a ser el alma de otras formas derivadas de la antigua, llevando consigo este acopio acumulado. Mientras es¬tuvo en la forma anterior, funcionó por su con¬ducto, adaptándola para la expresión de cada nueva energía despertada; la forma traspasa es-tas adaptaciones, grabadas en su substancia, a la parte separada de ella de que hemos hablado como su fruto, el cual, siendo de su substancia, tiene necesariamente que tener las particulari¬dades que a ésta caracterizan; la vida se vierte dentro de este fruto con todos los poderes que ha despertado, y lo moldea aun más; y así una vez y otra. La ciencia moderna prueba cada día más y más claramente que la herencia ejecuta una parte siempre decreciente en la evolución de las criaturas superiores, que las cualidades mentales y morales no se transmiten de padres a hijos, y que mientras más elevadas sean las cua¬lidades, tanto más patente es este hecho; el hijo de un genio es muchas veces un imbécil, y pa¬dres vulgares dan nacimiento a un genio. Debe existir un substrátum continuo inherente a las cualidades mentales y morales, a fin de que pue¬dan aumentarse, pues de otro modo la Natura¬leza sería, en este importantísimo ramo de su obra, una criatura de producciones errantes y sin causa, en lugar de mostrar una continuidad ordenada. En este punto la ciencia está muda; pero la Antigua Sabiduría enseña que este subs¬trátum continuo es la Mónada, receptáculo de todos los resultados, depósito en que se almace¬nan todas las experiencias como poderes activos en crecimiento. Una vez bien comprendidos estos dos princi-pios de la Mónada con potencialidades que se convierten en poderes, y de la continuidad de la vida y de la forma podemos proceder al estu¬dio de su modo de obrar en detalle, y veremos que resuelven muchos de los embarazosos pro¬blemas de la ciencia moderna, así como aquellos otros que atañen más al corazón y de los que se ocupan el filántropo y el filósofo. Principiemos por el estudio de la Mónada cuando se halla sujeta a las influencias de los niveles informes de los planos mentales, el prin¬cipio mismo de la evolución de la forma. Sus primeros estremecimientos para responder a las impresiones de que es objeto, atraen a su alrededor alguna de la materia de este plano, y así tenemos la evolución gradual del primer reino elemental. Los grandes tipos fundamentales de la Mónada son siete, imaginados a veces como semejantes a los siete colores del espectro solar, derivados de los tres primeros . Cada uno de estos tipos tiene su propio colorido de caracterís¬ticas, y este colorido persiste durante el ciclo de eones de su evolución, afectando a todas las series de cosas vivas a que anima: Entonces principia el proceso de subdivisión en cada uno de estos tipos, que continuara subdividiéndose y subdividiéndose, hasta que llega la individuali¬zación. Las corrientes puestas en acción por las energías incipientes de la Mónada - bastará seguir una línea de evolución, pues las otras seis son iguales en principio-sólo tienen una breve vida de forma; sin embargo, cualquiera que sea la experiencia que en ellas se adquiera, está representada por un aumento de vida que respon¬de en la Mónada, la cual es la fuente y la causa; y esta vida que responde consiste en vibraciones que muchas veces son incongruentes entre sí, estableciéndose en la Mónada una tendencia ha¬cia la separación, agrupándose juntas las fuerzas que vibran en armonía, para lo que pudiéramos llamar una acción concertada, hasta que se for¬man varias submónadas, si se nos permite por un momento esta expresión, parecidas en sus principales características, pero difiriendo en los detalles como matices de un mismo color. Estas se convierten a su vez, por los impulsos de los niveles inferiores del plano mental, en las Móna¬das del segundo reino elemental, perteneciente a la región de la forma de este plano, continuan¬do el proceso con el aumento constante del po¬der de responder de la Mónada, siendo cada una la vida animadora de formas sin cuento, por cuyo medio recibe las vibraciones; y cuando la forma se desintegra sigue vivificando constante¬mente nuevas formas, continuando también el proceso de subdivisión por las causas ya descri¬tas. Cada Mónada se encarna así continuamente en formas y almacena dentro de sí; como poderes despertados, todos los resultados obtenidos en las formas que ha animado. Podemos muy bien considerar estas Mónadas como las almas de gru¬pos de formas, y a medida que procede la evolu¬ción, estas formas muestran cada vez más atributos, siendo éstos los poderes del alma monádica del grupo, manifestados por medio de las for¬mas en que se encarna. Las innumerables submónadas de este segundo reino elemental llegan pronto a un estado de evolución en el que princi¬pian a responder a las vibraciones de la materia astral y comienzan entonces a obrar en este pla¬no, convirtiéndose en las Mónadas del tercer rei¬no elemental, y repitiendo en este mundo más grosero todo el proceso verificado en el plano mental. Hácense más y más numerosas como almas monádicas de grupos, mostrando más y más diversidad en los detalles, y siendo cada vez menor el número de formas animadas por cada una, a medida que las características especiales se hacen más y más definidas. Mientras tanto, puede decirse que la fuente de vida del Logos sigue supliendo nuevas Mónadas de forma en los niveles superiores, de manera que la evolución prosigue continuamente y así que las Mónadas más evolucionadas encarnan en los mundos inferiores, son reemplazadas por las Mónadas nuevamente surgidas en los superiores. Por este proceso siempre repetido de la reencarnación de las Mónadas o almas monádicas de grupos en el mundo astral, prosiguen aquéllas su evolución hasta que se hallan en estado de responder a la acción ejercida en ellas por la materia física. Cuando recordamos que los áto¬mos últimos de cada plano tienen las paredes de sus esferas compuestas de la materia más gro¬sera del plano inmediatamente superior, es fácil comprender cómo la Mónada se hace apta para responder a la acción de un plano después de otro. Cuando en el primer reino elemental se hubo acostumbrado la Mónada a vibrar en con¬testación a los choques de la materia de este plano, pronto empezó a contestar a las vibraciones recibidas, por medio de las formas más gro¬seras de esta materia, de la materia del plano inmediatamente inferior. Así, en su revestimien¬to de las formas compuestas de los materiales más groseros del plano mental, se hacía suscepti¬ble a las vibraciones de la materia atómica astral; y una vez encarnada en las formas de la materia astral más grosera, se hace igualmente idó¬nea para responder a la acción del éter atómico físico, cuyas esferas tienen sus paredes compues¬tas de la materia astral más grosera. De este modo puede considerarse que la Mónada llega al plano físico, y allí principia, o mejor dicho, todas estas almas monádicas de grupos principian a encarnarse en formas físicas como películas; los dobles etéreos de los densos minerales futuros del mundo físico. En estas formas o películas construyen los espíritus de la naturaleza los materiales físicos más densos, formándose de este modo los minerales de todas clases, los vehículos más rígidos en los que se encierra la vida evolu¬cionadora, y por los cuales expresa el mínimum de sus poderes, Cada alma monádica de grupo tiene su expresión mineral alcanzando entonces un alto grado las formas minerales en que está encarnada y la especialización. Estas almas monádicas de grupo son llamadas algunas veces en su totalidad la Mónada mineral o la Mó¬nada encarnada en el reino mineral. Desde este momento en adelante las energías despertadas de la Mónada toman una parte me¬nos pasiva en la evolución. Principian a tratar de expresarse activamente hasta cierto punto, cuando son llamadas a funcionar, y a ejercitar una activa influencia en el moldeado de las for¬mas en que se hallan aprisionadas. Cuando han llegado a hacerse demasiado activas para su re¬vestimiento mineral, se manifiestan los princi¬pios de las formas más plásticas del reino vege¬tal, evolución a que ayudan los espíritus de la naturaleza en los reinos físicos: En el reino mineral, ha mostrado ya una tendencia hacia la organización definida de la forma: el trazado de ciertas líneas según las cuales, prosigue el desarrollo. Esta tendencia rige en lo sucesivo en la construcción de todas las formas y es causa de la exquisita simetría de los objetos naturales, familiar a todos los observadores. Las almas monádicas de grupos se someten en el reino vege¬tal a divisiones y subdivisiones con creciente rapidez, a consecuencia de la mayor variedad de influencias a que están sujetas, debiéndose a esta subdivisión invisible, la evolución de las familias, géneros y especies. Cuando cualquier género, con su alma monádica de grupo gené¬rica, se halla sujeta a condiciones muy variadas, esto es, cuando las formas relacionadas con ella reciben muy diversas influencias, desarróllase en la Mónada una nueva tendencia a subdivi-dirse, desenvolviéndose varias especies; cada una de las cuales tiene su propia alma monádica de grupo específica. Cuando se deja a la Naturaleza que obre por sí sola, el proceso es lento, aun cuando los espí¬ritus de la Naturaleza hacen mucho en la dife¬renciación de las especies; pero una vez que el hombre se ha desarrollado y principia con sus sistemas artificiales de cultivo a ayudar el fun¬cionamiento de una serie de fuerzas e impedir el de otras, entonces esta diferenciación puede ve¬rificarse con rapidez considerable, y las diferen¬cias específicas se desenvuelven pronto. Mientras que la división efectiva no ha tenido lugar en el alma monádica de grupo, la sujeción de la for¬ma a las mismas influencias, puede volver a des¬truir la tendencia separatista; pero cuando la división se ha completado, las nuevas especies quedan definida y firmemente establecidas y prontas a echar retoños propios. En algunos de los individuos de larga vida del reino vegetal principia a manifestarse el elemento de la personalidad, cuyo pronóstico de indivi¬dualismo es debido a la estabilidad del organis¬mo. En un árbol que viva varias veintenas de años, la repetida ocurrencia de condiciones simi¬lares ejerciendo análoga acción, las estaciones que vuelven un año tras otro con los movimien¬tos consecutivos internos que determinan la ele¬vación de la savia, el brotar de las hojas; el con¬tacto del viento, de los rayos del sol y de la lluvia, todas estas influencias en su progreso rítmico, despiertan vibraciones que responden en el alma monádica del grupo, y como la sucesión de aquéllas se imprime con la repetición cons¬tante, la ocurrencia de una conduce a la expec¬tación confusa de su sucesora tantas veces re¬petida. En el reino vegetal aparecen también los pre¬ludios de la sensación, lo que en los individuos superiores se convierte en lo que el psicólogo oriental llamaría sensaciones "macizas" de pla¬cer y de disgusto . Hay que tener presente que la Mónada ha atraído a su alrededor materiales de los planos por donde ha descendido, y por tanto puede percibir la acción de estos planos, haciéndose sentir en primer término los impul¬sos más fuertes de las formas más groseras de materia. Por último, las sensaciones de los rayos solares, así como el frío de su ausencia, se impri¬men en la conciencia monádica; y su envoltura astral, vibrando débilmente, ocasiona la especie de ligera sensación maciza de que hemos habla¬do. La lluvia y las corrientes de aire, al afectar la constitución mecánica de la forma y su apti¬tud para comunicar vibraciones a la Mónada que le sirve de alma, son otros "pares de opuestos" cuyas funciones despierta el reconocimiento de la diferencia, la cual es la raíz de todas las sen¬saciones, y más adelante de todos los pensamientos: De este modo, por medio de las repeti¬das encarnaciones en las plantas, evolucionan las almas monádicas de grupos en el reino vege¬tal, hasta que las que sirven de alma a los individuos más elevados de dicho reino, llegan a estar en situación de dar el paso siguiente. Este paso las lleva al reino animal, en donde desarrollan lentamente, en sus vehículos físicos y astrales, una personalidad muy determinada. Siendo él animal libre para moverse, hállase so¬metido a una variedad mayor de condiciones que la que puede experimentar la planta que está fija en un solo punto, y esta variedad pro¬mueve diferencias, como siempre. Sin embargo, el alma monádica de grupo que anima cierto número de animales salvajes de la misma espe¬cie o subespecie, si bien recibe una gran variedad de influencias, como quiera que éstas se repiten constantemente en su mayor parte y están compartidas por todos los individuos del grupo, sólo se diferencia lentamente. Estas influen¬cias ayudan al desarrollo del cuerpo físico y del astral, por cuyo medio adquiere mucha experiencia el alma monádica del grupo. Cuando perece la forma de un individuo del grupo, la experiencia adquirida por esta forma se acumula en el alma monádica de todo el grupo, dándole color, por decirlo así; el ligero aumento de vida que aquélla obtiene, al verterse en todas las formas que componen sus grupos, las hace partíci¬pes de la experiencia de la forma que pereció, y de este modo, las experiencias continuamente re¬petidas almacenadas en el alma monádica del grupo, aparecen en las nuevas formas como ins¬tintos, como experiencias hereditarias acumuladas. Cuando innumerables pájaros han sido presa de las aves de rapiña, los pollos acabados de salir del huevo se encogen cuando se aproxi¬ma uno de sus hereditarios enemigos; pues la vida en ellos encarnada conoce el peligro, siendo el instinto innato de la expresión de este conoci¬miento. De este modo se forman los instintos maravillosos que guardan a los animales de in¬numerables peligros habituales, al paso que un peligro nuevo los encuentra desprevenidos y los aturde. Al ponerse los animales bajo la influencia del hombre, el alma monádica de grupo se desen¬vuelve con rapidez creciente, y causas parecidas a las que afectan las plantas cultivadas, origi¬nan más prontamente la subdivisión de la vida encarnada; la personalidad se desarrolla y se hace más y más marcada; en los primeros tiem¬pos puede casi decirse que es compuesta, pues tan por completo son dominadas las formas por el alma común, que toda una mónada de seres salvajes puede actuar como movida por una sola individualidad: Los animales domésticos de tipo superior, tales como el elefante, el caballo, el gato, el perro, etc, muestran una personalidad más individualizada: por ejemplo, dos perros pueden obrar muy diferentemente bajo la influencia de las mismas circunstancias.

 
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